Voy a comenzar esta entrada como el gran Daniel Viglietti: "Cuentan creencias antiguas que vivir no es luchar, que sabio es quien consigue al mal con el bien pagar. El que olvida la propia voluntad, el que acepta no alcanzar sus deseos, ese es considerado por todos un sabio...".
Pues bien, cuentan creencias antiguas que había un hombre que tenía un campo plantado de perales, algunos almendros, tres o cuatro ciruelos y un par de membrillos. A este hombre le gustaban exageradamente las peras, con ellas hacía todo tipo de comidas y dulces. Por ese motivo los perales eran su árbol favorito y era el árbol que más abundaba en su campo.
Un buen día, este hombre se trajo al campo un peral nuevo, comprado especialmente en el mercado de la ciudad. Según le habían dicho este peral producía las peras más dulces que había probado en su vida y que su producción era dos veces superior a la de cualquier peral que tuviera en su campo.
Este hombre plantó el peral en el lugar más húmedo y fresco de todo su terreno, apenas le importó tener que arrancar uno de sus almendros (precísamente el que mejores almendras producía). Una vez hubo plantado el peral se giró y vió su almendro, repleto de flores y pensó "es una lástima perder esta producción de almendras. Trataré de injertar alguna de sus ramas en otro almendro". Consiguió injertar las tres mejores ramas del almendro en el almendro más cercano y todo pareció ir bien durante un tiempo, pero al año siguiente el almendro injertado comenzó a dar signos de debilidad, aunque las ramas injertadas parecían aún fuertes, la producción de almendras había bajado significativamente y las ramas naturales del almendro estaban quebradizas y muy caídas.
Como los almendros no le gustaban mucho decidió coger las mejores ramas de este almendro injertado (concretamente las que había injertado el año anterior) y, a falta de otro almendro hizo un pequeño experimento agropecuario, las injertó en el mejor ciruelo de su campo.
Mientras tanto, el peral que había plantado el año anterior crecía y crecía. Aunque la producción de peras apenas superaba a la de su mejor peral y la calidad de las mismas tampoco era una maravilla, el aspecto que ofrecía el arbol era imponente. El tronco estaba engordando y su copa daba sombra a muchos de los otros árboles que tenía en el campo.
El hombre tuvo suerte (no sabemos cómo) pero el injerto de almendro en ciruelo funcionó, las ramas de almendro en el ciruelo seguían produciendo almendras, aunque no tan buenas como al principio, pero sí bastante aceptables. En lo que respecta a la producción de ciruelas, también había bajado tanto en calidad como en cantidad, y el aspecto general del árbol era bastante enfermizo. Con seguridad no aguantaría otro año más. A la vista de que el experimento funcionó el año anterior volvió a tentar a la suerte, esta vez por partida doble. Cogió las mejores ramas de ciruelo y las mejores de almendro y las injertó en uno de sus membrillos.
Al año siguiente una fuerte epidemia diezmó a sus perales, almendros y ciruelos. Ahora sólo quedaba en el huerto el peral y el membrillo injertado con almendro y ciruelo, y ahora además con peral (antes de que muriera su mejor peral cogió algunas ramas y se las injertó al membrillo). El peral que había comprado en el mercado daba sombra al membrillo injertado y su copa era bien frondosa, de forma que se podía distinguir perfectamente el huerto de este hombre desde la distancia por el peral que había en él. Sin embargo el membrillo, que sin saber cómo había conseguido producir almendras, ciruelas, peras y membrillos de una calidad bastante aceptable, tenía un aspecto demacrado. Las peras que producía el peral, sin embargo, eran cada vez más pequeñas, menos dulces y las producía en menor cantidad.
Pese a todo el hombre quería a aquel peral como a un hijo, le encantaba sentarse a su sombra y observar el demacrado membrillo-almendro-ciruelo-peral. Con la baja calidad de las peras que producía el peral, éstas no podían venderse en el mercado, en cambio, el hombre podía vender, por su puesto a un precio más bajo, las almendras, ciruelas, peras y membrillos que producía el membrillo-almendro-ciruelo-peral.
Con el tiempo el membrillo injertado dio signos de debilitamiento. La producción bajó en calidad y cantidad. Las almendras comenzaron a tener un regusto amargo, las ciruelas tenían una piel demasiado dura y las peras eran cada vez más secas. En lo que se refiere a los membrillos, eran pequeños y muy sosos. Ante esto, el hombre tomó una decisión, cortaría aquel árbol escuchimizado que, además con toda probabilidad le estaba restando fuerzas al peral para que produjera más peras.
Pasaron los años y el peral siguió creciendo, pero no por ello producía más peras o de mejor calidad. Ahora el hombre no podía vender la producción en el mercado ni podía hacer dulces con ellas. Su campo aparecía totalmente yermo, sin vegetación y tan sólo con un peral enorme e improductivo en el mejor rincón del huerto.
Cuenta la leyenda que aquel hombre murió a la sombra del peral, y que pidió ser enterrado a sus pies. Tras muchas generaciones, los descendientes de aquel hombre vieron el enorme peral, ahora ya viejo y se preguntaron el porqué su antecesor decidió mantener en el huerto a un arbol tan poco productivo.